Tras quedar sus manos aplastadas y trituradas en una prensa de calzado, la venezolana Johana Bastidas Terán, de 40 años, perdió el 95% de sus extremidades mientras trabajaba en una fábrica clandestina en Perú.
El suceso se registró en la empresa Kaprichos en Diseño Textil S.A.C., en el distrito Los Olivos en Lima. La fábrica de suelas de zapatos la habían clausurado el pasado 1 de junio por no tener licencia de funcionamiento, pero continuó laborando.
“Perdí mis dos manos, tanto la derecha como la izquierda. Yo ya no me puedo valer por mí misma, no puedo hacer nada, no puedo trabajar. Mi vida cambió completamente”, contó Bastidas a ATV Noticias.
La mujer mutilada tenía un mes trabajando como obrera en la fábrica. Según su propio testimonio a la prensa peruana, laboraba casi 12 horas al día, sin contrato, sin seguro ni implementos de seguridad.
El accidente se produjo mientras manipulaba una máquina inyectora de calzados. Sus manos quedaron aplastadas por la prensa durante casi 30 minutos, triturando todos sus dedos y gran parte de las palmas.
Uno de los compañeros de Bastidas intentó parar la máquina pero de los nervios la apagó. “Así apagada siguió moliéndome las manos y me inyectó el material plástico en ellas”, le comentó Bastidas a LimayPe.
“Salí corriendo y gritando a la calle para que alguien me ayudara”, exclamó Bastidas y aseguró que un mototaxista la llevó por varios hospitales donde no quisieron atenderla por la gravedad de sus heridas.
Mujer con las manos trituradas pide indemnización
“Mi hermana empezó a gritar, al ver como sus manos se iban moliendo, como sus dedos, sus huesos sonaban. Más de 25 minutos quedaron sus manos atrapadas ahí”, detalló Yenny Bastidas, hermana de la agraviada.
A la venezolana con las manos trituradas la trasladaron a una clínica en Surco, donde los médicos no pudieron hacer nada para salvar sus manos pese a que la sometieron a cinco operaciones.
Debido a que ya no puede valerse por sí misma, ella exige una reparación civil. Al respecto, la abogada de la empresa, Martha Leo, le respondió que una mano cuesta dos o tres mil soles. “Acá en el Perú es así”.
“Mis manos no tienen precio. Soy la que mantengo a mis hijas en Venezuela. Tengo dos hijas, cuatro nietos. Yo era su sustento, ahora no puedo seguir trabajando”, aseveró la agraviada.
(I)
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