«El anciano a la señora escogida y a sus hijos, a quienes amo en verdad, y no solo yo, sino también todos los que conocen la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros y que estará con nosotros para siempre.» (2 Juan 1:1-2)

Los creyentes de todas las edades y de todos los lugares forman juntos el cuerpo de Cristo. Son una unidad aunque sean «de toda tribu, lengua, pueblo y nación». Los cristianos no están unidos por su lengua, su color de piel o sus pasatiempos. Todo eso puede variar mucho, y eso está bien. Lo mismo sucede con los creyentes con diferentes dones espirituales; Dios los hizo así a propósito, para que fueran distintos y complementarios. Pero lo que los une, a pesar de sus diferencias, es el saber la verdad eterna de Jesucristo.

Como leemos en el pasaje bíblico de hoy, El apóstol Juan, tenía una relación de amor con sus lectores, la cual no se basaba en preferencias personales o experiencias compartidas, sino en que conocen, creen y viven la misma verdad sobre Dios y su Reino. Este es el fundamento sobre el que construyeron sus vidas; como piedras vivas edificadas como un templo espiritual.

Como lo dice el viejo himno:”En Cristo, la Roca sólida, estoy de pie; Cualquier otro terreno es arena que se hunde, Cualquier otro terreno es arena que se hunde”. Solamente Cristo es y debe de ser la roca en la que fundamentamos los cimentos y estructura de nuestras iglesias.

¿Experimentas esta unidad con otros creyentes?

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