
«Pero no queremos, hermanos, que ignoren acerca de los que duermen, para que no se entristezcan como lo hacen los demás que no tienen esperanza. 14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con Él a los que durmieron en Jesús. 15 Por lo cual les decimos esto por la palabra del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron» (1 Tesalonicenses 4:13-15).
La iglesia antigua de Tesalónica se vio confrontada con la muerte de algunos creyentes. Esto provocó la pregunta de qué pasaría con estas personas cuando Jesús regresara. ¿Se perderían la nueva tierra
La respuesta es no, ya que Pablo consuela a sus lectores y les dice: «Los que vivimos, que quedamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que han dormido» (1 Tesalonicenses 4:15).
La muerte física no es el fin y tampoco es un obstáculo para la vida eterna. Al contrario, el hecho de dejar esta vida cargada de pecado nos acerca a Dios.
Como escribe Pablo en otra carta: «Pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor»(2 Corintios 5:8).
Si nuestros seres queridos fallecen, es totalmente natural que nos lamentemos. Únicamente cuando la nueva tierra se haya consumado, el dolor habrá desaparecido. Ahora bien, si sabemos que la persona que ha fallecido era un hijo de Dios, no es necesario que nos entristezcamos «como los demás que no tienen esperanza» (1 Tesalonicenses 4:13). Aunque echemos mucho de menos a nuestros familiares o amigos, es un gran consuelo saber que «su alma está bien».
Un día nos reuniremos con ellos para estar con el Señor para siempre.