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«Después de estas cosas la palabra del Señor vino a Abram en visión, diciendo:«No temas, Abram,Yo soy un escudo para ti; Tu recompensa será muy grande». 2 Y Abram dijo: «Oh Señor Dios, ¿qué me darás, puesto que yo estoy sin hijos, y el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco?». 3 Dijo además Abram: «No me has dado descendencia, y uno nacido en mi casa es mi heredero». 4 Pero la palabra del Señor vino a él, diciendo: «Tu heredero no será este, sino uno que saldrá de tus entrañas, él será tu heredero». 5 El Señor lo llevó fuera, y le dijo: «Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas». Y añadió: «Así será tu descendencia».6 Y Abram creyó en el Señor, y Él se lo reconoció por justicia»(Génesis 15:1-6).

Abraham es un buen ejemplo de un creyente cuya esperanza fue basaba en la fe. Dios le había prometido hacer de él una gran comunidad (véase Génesis 12:2). En ese entonces, Abraham ya tenía 75 años de edad y al pasar los años, la situación no cambiaba. Abraham y su esposa Sarai permanecían sin hijos.

Como es lógico, Abraham se preguntaba: «Señor Dios, ¿qué me darás, pues sigo sin hijos, y el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco? He aquí que no me has dado descendencia, y un miembro de mi casa será mi heredero» (Génesis 15:2-3). Pero Dios le dijo que observara el cielo y contara las estrellas. «Así será tu descendencia», le aseguró Dios. De esta manera, Abraham creyó al Señor (Génesis 15:6).

Su fe era «sin esperanza «. Resultaba imposible que una mujer sin hijos, que llevaba décadas casada, saliera embarazada de forma repentina cuando ya había pasado la edad fértil. Pero Abraham creyó en la promesa de Dios y por eso no perdió la esperanza. Cuando tenía cien años, nació su hijo Isaac. En efecto, Dios cumplió su palabra.

¿Hay alguna promesa de Dios que te resulte especialmente difícil de creer?

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