
«Dijo además Dios a Moisés: «Así dirás a los israelitas: “El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes”. Este es Mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de Mí de generación en generación»» (Exodus 3:15).
Dios se reveló a los Israelitas como «Yo soy el que soy». Y además, Él añadió: «Yo soy el Dios de tus padres». Por eso, Él los conoce por su nombre, aunque hayan fallecido hace siglos.
Dios mantuvo las promesas que había hecho a Abraham, Isaac y Jacob sobre la tierra que habría de heredar su descendencia. Para Israel fue una garantía de que el Dios que les ordena salir de Egipto, es el mismo Dios que sus antepasados conocieron personalmente, y el mismo Dios que les dio asombrosas promesas de su cuidado y bendición.
Este nombre de Dios, “el Dios de tus padres”, debe ser recordado por todas las generaciones. Por eso Pedro puede decir a los judíos unos 1500 años después: «Vosotros sois los hijos (…) de la alianza que Dios hizo con vuestros padres», diciendo a Abraham: «Y en tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra». «Dios, habiendo suscitado a su siervo, lo envió a vosotros primero, para bendeciros convirtiendo a cada uno de vosotros de vuestra maldad»» (Hechos 3:25-26).
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