
«Y el Señor Dios formó de la tierra todo animal del campo y toda ave del cielo, y los trajo al hombre para ver cómo los llamaría. Como el hombre llamó a cada ser viviente, ese fue su nombre» (Génesis 2:19).
Al crear al primer hombre, Adán, Dios le encomendó una importante tarea. Así como Dios mismo ha dado nombre al día y a la noche, al cielo y a los mares, el hombre debía dar nombre a toda criatura viviente.
El hombre es embajador y administrador de las criaturas de Dios. Él debe «tener dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre el ganado y sobre toda la tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra» (Génesis 1:26). ¡Esta es una responsabilidad enorme!
Adán llevó a cabo su tarea, «dio nombre a todo el ganado y a las aves del cielo y a toda bestia del campo».
Pero fracasó estrepitosamente en la gran tarea de ser administrador de todos los seres vivos. Debido a su rebelión y a la de su esposa contra Dios, la tierra es maldecida y la creación es «sometida a futilidad, no voluntariamente, sino a causa de aquel que la sometió» (Romanos 8:20).
El apóstol Pablo escribe incluso que «toda la creación gime hasta ahora con dolores de parto» (Romanos 8:22), pues anhela ser liberada de su esclavitud a la corrupción.
¿Influye en su visión de la naturaleza y el medio ambiente el hecho de que los seres humanos hayan sido designados administradores de la creación?