«Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia.» (Mateo 5:7)
La misericordia es compasión hacia alguien, no porque lo merezca, sino porque la necesita. Cuando somos misericordiosos con los demás, de hecho estamos imitando a Dios. El es misericordioso e indulgente con las personas pecadoras y rebeldes. Sin la misericordia de Dios estaríamos perdidos. Como somos perdonados, debemos estar dispuestos a extender el mismo tipo de misericordia hacia los demás. El perdón no se ejerce de mala gana y a regañadientes, sino de todo corazón y con alegría.
El perdón implica una actitud de amor, incluso hacia las personas que nos tratan mal: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque así amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza’. No te dejes vencer por el mal, sino vence el mal con el bien» (Romanos 12:20-21).
Cuando los hijos de Dios extienden su misericordia a los demás, entonces podrán recibir misericordia a cambio; a veces de otras personas, pero ciertamente de Dios «el Padre de la misericordia».
¿Vives según la misericordia de Dios y la extiendes a los demás?